No son míos, con contadísimas excepciones son los hijos de la clase trabajadora de este país, los hijos e hijas del obrero, del asalariado, del vendedor ambulante, de la madre soltera, del inmigrante y del desplazado, del falto de oportunidad, o incluso todas las posibilidades juntas; el hijo y la hija de aquel que no ha podido superar la barrera del 3 en la escala de estratos, y que aunque en ocasiones no lo quiera, acude al Estado como recurso para garantizar la educación mínima de los suyos.

 

Estos niños y niñas o adolescentes, son los hijos también de la televisión, del celular, del facebook y del youtube; las cuatro niñeras posmodernas. Con problemas auditivos desde tempranas edades por la corona de audífonos que adorna su cabeza de principio a fin cada día y cuyos cabellos, piercings, tatuajes, aretes o escarificaciones son escandalosos para más de uno. Son los hijos del barrio, los que poco viajan, los que saben más groserías que capitales del mundo y que desean pronto la hora del descanso y el refrigerio.

 

Quizás su desdén hacia el conocimiento no sea el acto sacrílego de rebeldía pura que tanto se les critica, sino la manifestación de la más iluminada generación que ya no cree en la educación como garante del éxito y avance social. Quizás su apatía política sea su reproche a la democracía farsante que nos gobierna; o su reticencia al trabajo, sea también su protesta contra el régimen económico más esclavista del que se tenga noticia en la historia del hombre: el capitalismo salvaje.

 

Total, esos son. En la educación pública Bogotana, de a 40 por salón y para un solo profesor. 41 personas que en la mayoría de los casos juegan al "te quedas así no quieras, o me vuelo así me lo impidas". No obstante, sea cual fuera el caso, son los niños y niñas que muy posiblemente, llevarán a sus casas el primer título de bachiller o de universitario que sus familias hayan visto en generaciones completas y aquellos que definitivamente, me verán envejecer.